La Visión Conservadora De La Autoridad

Querido lector,

Aquí le presento La Vision Conservadora De La Autoridad, un ensayo excelente del bloguero Bonald, escrito originalmente en inglés pero ahora traducido y presentado para su consideración. Espero que se disfrute de él.

Muchas gracias a mi colaborador, Samuel Gonzalez, que ha editado este artículo y corregido errores tipográficos y gramaticales.

 La Visión Conservadora De La Autoridad

Por “Bonald” (De Throne and Altar)

Original disponible aquí.

Traducido Por La Mano Roja Y Vengadora

Editado Por Samuel Gonzales

Contenido:

I. La moralización de la sociedad

II. La red de las dependencias

III. La lealtad y el amor: la compleción horizontal

IV. La autoridad: la compleción vertical

V. El fundamento transcendente de toda la autoridad

VI. Actos colectivos, contemplativos y prácticos

I. La moralización de la sociedad

Para los liberales clásicos, el problema de la política era “¿Cómo se encuentra una forma para restringir el poder?”; para los liberales modernos, es “¿Cómo se puede maximizar la autonomía?”; para los socialistas es “¿Cómo distribuir justamente los beneficios de la sociedad?” Para los conservadores, el problema básico es la moralización de la sociedad, es decir, la atribución de un significado moral a las relaciones de las personas en la comunidad. Para los ciudadanos de una sociedad “moralizada,” todos los aspectos importantes de la existencia son colorados por las ideas del deber, de la lealtad, y de la posición. Por ejemplo, ser hombre o mujer no es solamente un dato biológico; es una llamada a la estación de madre o de padre. Así las personas leen en sus cuerpos mismos una llamada a dar de sí mismas en un modo útil socialmente. El hecho que alguien es mi padre, esposa, o hijo confiere derechos y deberes automáticos. Los vecinos se vuelven compatriotas; el poder se vuelve autoridad; el trabajo se vuelve cooperación en el acto divino de la creación. La sociedad moralizada asegura la dignidad de cada hombre en el sentido más profundo, de asegurarle que sus actos importan de verdad. Como Hegel explicó, solamente una sociedad moral (o ética, como él diría) puede reconciliar el alcance limitado de los negocios de un hombre con el alcance universal de su razón. Según el primer, el alcance de los actos del hombre ordinario es necesariamente pequeño, y estos afectan primariamente a una cantidad pequeña de personas vecinas a él. Según el último, el hombre puede formular principios morales generales. Estos, sin embargo, o serán globales o abstractos. Si son globales, como “persigue la alegría o progreso de la humanidad entera,” dan poca importancia a los actos cotidianos de un hombre, y eso en un modo siempre indirecto y muchas veces no muy claro. Si son abstractos, como “ama a tu vecino,” sí dan a los actos de un hombre un significado directo, pero son demasiado abstractos para decirle qué debe a con su esposa en lugar de sus compañeros de trabajo en lugar de los extranjeros visitantes, etc. Lo que necesitamos para superar esta brecha es un contexto social que hace claro qué significa “amor de una persona” en cada relación establecida. La sociedad ética es la solución conservadora y Hegeliana al problema de reconciliar el lado universal y particular del hombre, para que llegue a su dignidad nueva.

El liberalismo ha buscado emancipar al hombre de estos papeles y deberes predeterminados. En todo lugar sentimos la grita que la gente no debería ser “restringida” por papeles de género, ataduras familiares, o lealtades nacionales. La gente debería ser libre a escoger sus propios significados. Pero decir que una cosa puede tener cualquier significado que escojamos darle es decir que aquella cosa es sin sentido en sí mismo. Toda la Naturaleza, incluyendo nuestros propios cuerpos, ha sido refundida como material crudo e intrínsecamente sin sentido para explotar como nos parece (individualmente o colectivamente) apropiado. Esto, sin duda, ha expandido el campo de la libertad humana, pero al costo de alienarnos del mundo natural y del social. Nos da más opciones, pero al precio que nuestras elecciones pierden todo sentido real. Para los conservadores, esto es un precio demasiado grande que pagar por la libertad.

II. La red de las dependencias

El hecho más fundamental de la vida, desde el que todas las relaciones sociales serias proceden, es la dependencia del hombre. Depende para sus necesidades de otros, y ellos de él. Las personas no han sido nunca independientes, ni pueden, ni es la independencia un ideal sano. Ni son la mayoría de las relaciones dependientes ‘arbitrarias’. Muchas son naturales en el sentido que “se sugieren” a las mentes de la mayoría, y solo se podrían reemplazar por algún tipo de organización estatal totalitaria. Las dependencias entre generaciones (niños jóvenes de padres, padres viejos de niños) para las necesidades básicas son de este tipo. También lo son las relaciones territoriales: la dependencia mutual de los que viven cerca para mantener aquellos bienes comunes — tal como orden público o idioma, costumbres, y dinero común — que hacen posible la vida buena en común. Por intrusión constante, el gobierno puede romper la dependencia entre generaciones y entre vecinos; puede insistir que toda dependencia salga del estado mismo, pero la mayoría reconocemos que esto constituiría un acto continuo de violencia contra el desarrollo natural de las relaciones personales. 

Una diferencia clave entre el liberal y el conservador es su actitud a las redes de dependencia naturales. Un liberal juzga estas relaciones según un ideal estándar, independiente, y abstracto de libertad o igualdad; pues exige que el gobierno actúe para rectificar las ‘injusticias’ que él encuentra. El conservador, al contrario, no tiene un estándar abstracto y “fuera” del mismo con el que juzgar su sociedad; en lugar, construye sus ideas de igualdad y justicia acerca de las redes de dependencia ya existentes. Al liberal, esto es una aquiescencia a la injusticia. Al conservador, el liberal es una amenaza a la orden social.

Desde dependencias, derivamos deberes. Para los que dependen de mí tengo deberes. Desde los de que dependo, tengo derechos, juntos con el deber de gratitud. Con deber, hemos entrado en el universo moral. El deber es la marca de ciudadanía en una comunidad moral. Sin él, uno aún no es un participante de verdad en el bueno espiritual ofrecido por este tipo de comunidad. Así, por ejemplo, mientras los productos de una cultura sencillamente están disponibles para mi enriquecimiento personal, no soy miembro de esa cultura, sino solamente consumidor. Solamente cuando las tradiciones de esa cultura se vuelvan en un fideicomiso al momento que tenga la capacidad de dejar este a otros he entrado de verdad en la corriente de vida de esa cultura y la he hecho mía.

III. Lealtad y Amor: La Compleción Horizontal De La Comunidad Moral

Hay una tendencia hoy a ver el deber y el amor como motivos opuestos. El deber es lo que hacemos, contra nuestra voluntad, desde obligación. El amor nos mueve voluntariamente y espontáneamente. Un acto puede ser hecho por deber o por amor, pero no por los dos. Así la objeción romántica al compromiso matrimonial—que añade a una relación amorosa el elemento extraño y antagonista del deber.

De hecho, este “conflicto” entre deber y amor es contradicho por toda nuestra experiencia, en la que encontramos que los dos están conectados orgánicamente. La propia donación pertenece a la naturaleza del amor. No puedo darme totalmente a alguien hoy día mientras planeo abandonar a esa persona más tarde. Así el dinamismo interior propio del amor impulsa al amante a prometer la fidelidad por toda la vida a su amada. En romance, paternidad, y amistad, el compromiso es la compleción del amor. Conversamente, el compromiso y la dependencia mutua generalmente promueven el amor y la lealtad. Una compañía de soldados generalmente será más dedicados el uno al otro que los miembros de un club de boliche. El compromiso está legado orgánicamente no sólo con dedicación a individuos, pero también con la dedicación a los grupos: lealtad a la familia misma, la tribu, el gremio, el ejército, cualquier grupo que depende de mí y del que yo dependo.

IV. La Autoridad: La Compleción Vertical de la Comunidad Moral

La interconexión de la dependencia, el deber, y la lealtad eleva una comunidad a la esfera moral. En sí, sin embargo, estos no bastan para satisfacer el aspecto universal de la razón humana. Cada grupo al que pertenece un hombre es necesariamente particular y limitado. Puede mirar más allá del grupo; puede reconocer buenos objetivos fuera del grupo y sentir la llamada potencial del deber a ellos. Cada hombre naturalmente será miembro de varios grupos así. Será consciente de individuos y grupos a los que no está conectado, pero sabe que debería respetar sus derechos. Reconocerá deberes hasta cosas — como la verdad o la naturaleza — que transcienden el interés humano totalmente. Por eso, los hombres no serán satisfechos con una comunidad que no lucha por nada más allá que su proprio interés colectivo. Tal comunidad todavía no los ha reconocido y no se ha dirigido a ellos en su nivel más alto.

Un hombre forma su identidad primariamente alrededor de sus lealtades. Para ser integrado completamente, necesita una lealtad última que define quién él es últimamente. Sin embargo, ninguna de sus comunidades particulares tiene el derecho de reclamar esto de él. Intentar hacer esto sería tiránico; significaría decirle que hacer caso a algunas lealtades válidas mientras dando a una finalidad que no posee legítimamente. El hombre está ordenado a la totalidad de la orden moral. Por eso, el modo de legitimarse para una comunidad es presentarse como compromiso colectivo a la orden moral como totalidad. Una familia o un estado pues se ven como grupo hecho encima de una dedicación común al Bueno mismo y a la Justicia misma.

Esta idea completamente reforma la comprensión del individuo de las reclamaciones de la comunidad en él. La comunidad ya no es totalmente auto interesada, pero indica un bien más allá de sí misma. No de menos, la comunidad no es reducida por esto a un medio a un fin externo. El fin es una afirmación de la orden moral, y la comunidad es precisamente esta afirmación. Lo que ha sido introducido es el elemento de la autoridad. Así, la diferencia entre una comunidad con la autoridad y una sin ella no es que la primera es más restrictiva o más ‘bossy’. La Unión Soviética era totalitaria pero anti-autoritaria. La diferencia es que un gobernante con autoridad habla no solamente en el nombre del bien popular o de los deseos populares sino primariamente habla por la Justicia. En hacer así, el gobernante se dirige a sus súbditos en su más alto nivel moral.

Sería, sin embargo, una mala comprensión creer que, porque un gobernante con autoridad (un rey o un paterfamilias, por ejemplo) representa la justicia universal, que su jurisdicción es por eso universal y sin límite. Contrariamente, la autoridad naturalmente es plural – en que cada persona es sujeta a más que una — y limitada — en que el gobernante solamente tiene el derecho de hablar por la Justicia a un grupo limitado de personas bajo su autoridad. Recuerda que la autoridad es la resolución al problema de las lealtades plurales. En ver su obedecer a varias autoridades como todo teniendo raíz en una lealtad a una sola orden moral, el sujeto asegura una identidad unitaria. Tiene una lealtad última, no en escoger una autoridad y ponerla sobre todas las otras, sino en identificar una fuente trascendente que las legitima todas directamente.

La autoridad sí significa que el compromiso del gobernante a la justicia no es solamente una cosa parcial. Los padres y los reyes animan todas las virtudes y desaniman todos los vicios en sus sujetos, no solamente los que afectan directamente al grupo. Las figuras con autoridad también deben restringir a sus propios sujetos si es necesario para proteger los derechos legítimos de los extranjeros. Aquí hay una diferencia prominente entre un gobernante autoritario y un agente mero de la voluntad del pueblo. La autoridad es la respuesta al dicho del universalista que la lealtad a grupos particulares indica una visión moral limitada, que es solamente una forma de egoísmo colectivo.

Una comunidad moral llenamente desarrollada tendrá símbolos institucionales de los dos aspectos: la compleción horizontal de la lealtad y la compleción vertical de la autoridad. La primera institución expresa la unidad-en-dependencia-mutual del grupo, sus atas de lealtad y compasión. La última expresa la unidad-bajo-justicia del grupo y reprocha al grupo, si es necesario, por sus faltas morales. Los dos símbolos son clarificados en mantener las dos instituciones distintas. En la familia, la madre es asociada más con el símbolo horizontal, el padre más con el vertical. En el Estado, el cuerpo deliberativo (e.g. Parlamento) expresa la unidad horizontal — la comunidad unida en conversación sobre el bueno común. El parlamento pretende hablar a parte del pueblo. El símbolo vertical es llevado por el rey o (en los Estados Unidos) por la Corte Suprema. Estos hablan al pueblo en el nombre de las autoridades más altas: Dios, generaciones pasadas y futuras, y las leyes fundamentales o la Constitución.

V. El fundamento transcendente de la autoridad

La autoridad pretende hablar por la orden moral como si fuera esta una cosa unitaria, como la concepción del Bueno por Plato. En evaluar la sensatez de la autoridad, uno debe preguntar si de verdad tiene sentido invocar a un Bueno final y coherentemente unitario. Parecería que la autoridad se está bajando en premisas metafísicas muy fuertes, y muy dudosas. ¿De verdad se deben aceptar estas premisas para que se aprecien las pretensiones de la autoridad?

Sí, para la autoridad en el sentido lleno que describo, creo que se deben. Por eso, aunque sea esto un ensayo en el tema de la política y no de la metafísica, es necesario brevemente describir la visión del mundo en la que la autoridad tiene sentido final. Una que considera la naturaleza de la bondad  o del valor confronta un problema del Uno y los Muchos que es precisamente análogo al problema de las varias autoridades descrito arriba. La bondad en el mundo es irreduciblemente plural: no hay ninguna calidad unívoca que explica la bondad de un ecosistema, una persona, la amistad, el coraje, el conocimiento, la música, etc. Además, algunos elementos positivos no solamente son distintos pero parecen incapaces de coexistir con otros: un ser humano no puede tener las virtudes masculinas y femeninas a la vez; una comunidad no puede tener la intimidad de una familia, la libertad de un mercado, y la imparcialidad del estado. Escoger solamente una calidad en el mundo y asignarle valor absoluto sería un tipo de tiranía mental. No de menos, los buenos elementos deben tener algo en común para que la palabra ‘bien’ tenga algún sentido arriba del sentido subjetivo de ‘lo que me guste’. Aunque no puedan todas las virtudes y perfecciones coexistir en cada sujeto, pretender que las calidades puramente buenas mismas se contradicen entre sí haría incoherente la bondad; la moralidad pues sería el intento inútil de reconciliar valores contradictorios.

Contra esta posibilidad monstruosa, la mayoría de los hombres han dicho que los valores positivos y las perfecciones no se contradicen. Los elementos puramente positivos de la masculinidad y la femineidad,  de ser perro y de ser ángel, no se contradicen. Podrían, en principio, coexistir. Es solamente la naturaleza limitada de los seres humanos, de los perros, y de los ángeles que hace esta coexistencia imposible para estos sujetos. Todo lo bueno podría coexistir in unidad y harmonía perfecta en un ser sin naturaleza limitada, es decir, en Dios. Dios es la respuesta a la unidad-en-pluralidad de la bondad del mundo, como la es del ser del mundo. A el pertenece la lealtad final que da a la vida de una persona la unidad y la integración. Dios, en un sentido, es el espejo del alma — el último objeto unitario para complementar la unidad de cad sujeto. Sin embargo, proponer la devoción a Dios como el fundamento último de la moralidad no reduce los bienes finitos a medios meros más que bajar las comunidades en una devoción a la Justicia las reduce a medios. La analogía entre los dos casos es particularmente fuerte. A la mente autoritaria, las comunidades morales sencillamente son afirmaciones de la Justicia — servir este fin es su esencia más dentro. A la mente religiosa, los seres finitos sencillamente son glorificaciones de Dios — sirviendo este fin en sus realidades y perfecciones más dentro por las que participan en Él.

La existencia misma de Dios es un tema más allá de la vista de este ensayo. Es importante, sin embargo, apreciar como inseparablemente la idea de la autoridad está conectada a la idea de Dios. Podemos conectar las dos aún más fuertemente y resumir todo que fue dicho arriba en esta fórmula: Tener autoridad es ser el representativo de Dios. Creo que la insistencia moderna en conducir la ciencia política en términos completamente laicos es la razón por la cual la naturaleza verdadera de la autoridad es usualmente mal comprendida o ignorada. Además, creo que es bastante cierto que la autoridad, en su sentido lleno, puede existir solamente entre una gente religiosa.

VI. La Respuesta Colectiva a Dios en Sus Aspectos Contemplativos Y Prácticos

Uno podría objetar que la descripción arriba confunde el estado con la Iglesia, la autoridad con la religión, el gobernante con el sacerdote. Ciertamente, es este último al que siempre ha sido cometida la mediación entre Dios y la sociedad. De hecho, el gobernante y el sacerdote ambos median la presencia de Dios socialmente, pero en formas muy distintas.

La autoridad en el estado y en la familia se dirige en el nombre de Dios a la razón práctica. La autoridad siempre habla en el modo imperativo. “Haz esto. No hagas eso.” La autoridad como autoridad nunca habla en el modo declarativo. Sería sin sentido, por ejemplo, que el gobernante declarase que el juego fuera injusto. Puede, sin embargo, comandar que la injusticia del juego sea enseñado en las escuelas, o que el juego sea castigado en algún modo particular. Porque habla en el modo imperativo, los dichos de la autoridad son particulares en vez de universales. Un comando significativo es siempre limitado a su recipiente intentado. Un gobernante puede ordenar que un súbdito se ponga a pie y que otro se siente sin que exista una contradicción.

La experiencia social de Dios tiene un aspecto teórico o contemplativo, sumándole a este uno práctico, este encuentro contemplativo con Dios está en la esfera de la Iglesia. Consiste, primeramente, en dogmas — dichos declarativos sobre Dios, Su relación al hombre, y la moralidad. No como los comandos, los dogmas, en su naturaleza, son universales; si un dogma es verdadero, es verdadero para todos, en toda parte. Mientras la diversidad de las autoridades, costumbres, y culturas es natural y buena, la diversidad en la creencia dogmática es mala porque significa que al menos algunas personas son ignorantes de la verdad. Idealmente, debería haber una sola Iglesia.

La mayoría de la vida contemplativa religiosa tiene que ver con la comunicación con Dios: dichos a o desde Él en vez de dichos sobre Él, discurso de Yo-Tú en vez de Yo-Ello. En siglos recientes, esta parte de la religión, al menos, ha parecido una cosa necesariamente privada. En los confines de mi propio corazón, puedo ofrecer el amor y las gracias a Dios, pero ¿cómo puede un grupo hacerlo? Los grupos pueden tomar acciones colectivas pero, ¿seguramente no tienen creencias o sentimientos colectivos?

Ninguna edad anterior habría estado de acuerdo con este individualismo religioso. Un grupo verdadero sí puede expresar colectivamente una creencia o un sentimiento; esto es lo que se cumple a través del ritual. Piensa en un grupo de estadounidenses poniéndose a pie para el himno antes de que comience un juego de béisbol. Cada uno de ellos puede tener su mente en otra parte — pensando en el juego que viene, por ejemplo — pero, sin embargo, una expresión del patriotismo ciertamente ha tomado lugar. ¿Quién, precisamente, hizo esta expresión? No el Individuo: quizás el no esté pensando en su país nada, y el dato que está a pie con la mano encima del corazón solamente tiene cierto sentido porque el grupo le da un sentido. No, en los rituales, es el grupo mismo que habla. Naturalmente, el ejemplo arriba es un escenario del caso peor donde solo el grupo habla. Para que sea llenamente significativo, cada individuo debería afirmar conscientemente lo que exprese el ritual. Aún así, es el grupo que hace el dicho, y no cada individuo separadamente. El rendimiento del ritual une a todos que han participado en él en una sola voz, incluso los separados por la distancia o la muerte. Esta es una parte llave de su sentido. En nuestra relación publica con Dios, la Iglesia es el “nosotros” que le hablamos a Dios y el “nosotros” al que le habla el.

Finalmente, la Iglesia está cargada con simbolizar a la vez la presencia de Dios en el mundo y su transcendencia del mundo, para que estas intuiciones sean integradas en la vida común de la comunidad. Esto es concretado en dedicar un campo sagrado en el que la presencia de Dios es especialmente atribuida. Los lugares sagrados como los templos, objetos sagrados como los iconos y reliquias, y días sagrados como las fiestas santas le aseguran a la comunidad que Dios está acerca mientras simultáneamente enfocando esta presencia para distinguir a Dios y el mundo profano.

Pues las funciones de la Iglesia son el dogma, el ritual, y la consagración. Las funciones de la autoridad son establecer la justicia y defender el bien común. En la familia, las dos funciones se combinan: los padres enseñan y también gobiernan; la familia es una iglesia doméstica y también un reino doméstico. En la sociedad de forma más amplia, las funciones se dividen, la Iglesia tomando una y el Estado la otra. Los dos siempre son distintos, pero no están separados. El Estado depende de la Iglesia para consagrar su autoridad, ya que la autoridad misma es un ejemplo primario de una cosa sagrada. La Iglesia consagra los rituales que atan juntos los miembros de la comunidad, animando una unidad de la que depende el Estado. Los comandos del Estado se bajan en los dogmas. (“No juegues” se baja en “el juego es injusto.”) El Estado y la Iglesia; los dos son soberanos en su propia esfera, y dependen entre sí.

Hoy, la Iglesia ha sido efectivamente marginada, y la autoridad ha perdido su aura religiosa. El Estado no ha perdido nada de su voluntad al poder, sin embargo. Con el eclipse de la idea de la autoridad, el Estado ya no está restringido ni por el respeto a un poder más alto ni por el respeto a la autoridad igualmente legítima de la familia. La caída de la autoridad es el ascenso de la administración. En vez de ser el agente de la Justicia, el Estado se hace habilitador de las indulgencias personales, el campeón de nuestros vicios. Mientras se expande el campo de la consumo sin sentido, el campo sagrado se contrae, y nuestras imaginaciones van con él. ¿Somos, al menos, capaces de darnos cuenta, me pregunto, de cuánto ya hemos perdido?